miércoles, 26 de octubre de 2016

¡Poner fin a la violencia en las escuelas!


File:1849 - Karikatur Die unartigen Kinder.jpg
"Die Unartigen Kinder", 1849


Esta es  una aspiración de mucha gente, padres, madres, alumnas, alumnos, docentes… y también el título de una publicación de UNESCO que es una guía para docentes. Me encanta esta guía porque es sencilla, tiene consejos poderosos, pero también me parece que dan el clavo de algunos elementos.
En el país esta ha sido una preocupación recurrente. Desde mi experiencia, no  hemos sido capaz de convertir a la escuela en un lugar adecuado que fomente y conviva con la paz. No quiero utilizar el término “seguro” porque supone ciertos equívocos. El problema de la violencia no es un mero problema de seguridad que debe encargarse a la policía. Ese es un error recurrente y garrafal que es consecuencia de convertir el problema de la violencia en un asunto delictivo. Ya he hablado de eso en diversos momentos.
En diversas ocasiones que entrevisté a docentes, directors o subdirectors preguntando “¿cuál es la manifestación más importante de violencia que hay en su escuela?” casi siempre respondieron “pandillas”… y probablemente seguirán respondiendo así. En el opúsculo en referencia, UNESCO identifica cuatro tipos principales de violencia presentes en la escuela y desarrolla recomendaciones para cada tipo de violencia. Estas son:
a.       El castigo
b.      Violencia sexual y de género
c.       El acoso o matonería (bullying como está de moda llamarlo)
d.      Factores externos que afectan la seguridad (aquí entra el tema pandillas)
No voy a entrar en el asunto de cómo es cada una de ellas o qué tipo de recomendaciones da el texto. Este lo pueden encontrar aquí. Me interesa destacar algunos elementos que en mis correrías con el mundo escolar fui encontrando.
1.       En la mentalidad de las y los docentes cuesta aceptar que funcionamos mucho con mentalidad punitiva. No sólo creemos que nos asiste el derecho (y la obligación) de castigar, si no que nos cuesta reconocer (a veces resulta imposible) que es una forma de violencia. En parte tiene que ver con asumir responsabilidad como ejecutor de violencia (¿yo violento?)
2.       En la misma dirección, nos cuesta aceptar el rol que la escuela ha tenido en el desarrollo de la violencia, en su responsabilidad de la configuración actual de la violencia “de pensamiento, palabra, obra u omisión”… sea por la línea del castigo o por permitir el acoso o la violencia sexual, comprometemos la dirección de los educandos en una dirección precisa. Es un hecho de sociología básica el considerar la escuela como una institución de normalización y socialización: si nuestra sociedad y cultura es violenta, entonces en la escuela paso algo (por acción u omisión) que ha permitido se configure la sociedad de este modo preciso.
3.       Cuando decimos “las pandillas es el problema”, sin negar que tenemos un grave problema de país, fácilmente invisibilizamos formas sutiles, aberrantes o evidentes de violencia, pero que pasan por haber sido normalizadas e incluidas en le mundo de lo aceptable. Es el caso no sólo del castigo, sino también del acoso (o matonería) y de la violencia sexual. A la base de esto se encuentra la cultura machista sobre la que escasamente se trabaja por desmontarla, en parte porque quienes tienen la autoridad y liderazgo para animar el trabajo, no lo visualizan como problema
4.       El grave problema de violencia del país, no lo va a resolver la escuela, pero se vuelve un lugar estratégico de cambio social a largo plazo. Distintas administraciones han tenido a la mano distintas herramientas para trabajar la problemática, pero o bien los cambios de autoridades hacen que las cosas inicien de cero o bien no se dispone de la visión estratégica necesaria sobre la problemática de violencia a fin de construir un plan de diez años para transformar la educación sobre los pilares de cultura de paz (que otra vez, insisto, no se trata de hacer desfiles con niños vestidos de palomita blanca). El primer paso  es entender la violencia para prevenirla. ¿Por dónde iniciamos? El librito de UNESCO puede ser un fabuloso punto de partida.
Contribución de Luis Monterrosa (lmonterrosa@uca.edu.sv)

jueves, 20 de octubre de 2016

Violencia: de su instalación a la resistencia (II y final)


Parte 2. El llamado a la resistencia al sistema antihumano y la construcción de la alternativa transformadora


Resultado de imagen para rostro indigenaEste es un viejo tema que diferentes grupos humanos han desarrollado a lo largo de la historia. Es legitimar el “vivir en la oposición” no solamente por ser “antisistema” (palabra utilizada con perversidad para desautorizar y condenar a los herejes) sino que, a partir de ser víctimas sobrevivientes de un sistema que es “antihumano” establecer un rompimiento con la fatalidad de la inercia de la violencia que se reproduce en virtud del sistema, para luego construir aún si queremos, a partir de la duda, de la propuesta, que nos atrevamos pues a balbucear siquiera ¨lo otro¨ o mejor, que nos atrevamos a discutir otras posibilidades.

Se trata de dejar de ser reactivos para ser más creativos. La solidaridad, la armonía, la sabiduría son elementos propios del proceso creativo en el contexto en que lo enfocamos. Una de las claves de este proceso, es por ejemplo el “Inlakech” de los mayas que significa ¨tu eres mi otro yo¨. Este es un principio que (según deduzco) se generó a partir de la inmensa diversidad de grupos humanos diferentes en nuestra Mesoamérica en tiempos precolombinos (de hecho, el primer mestizaje se dio en aquella época, antes de la llegada de los españoles).

El Inlakech implica el reconocimiento del otro o de “los otros” (ustedes son el otro nosotros de nosotros) dentro de las diferencias. Pero esto implica un ejercicio para determinar “el otro” desde una perspectiva a lo mejor no tan occidental. Muchas veces los occidentales partimos de categorías que constriñen al “otro” a una perspectiva o a lo mejor una característica sobresaliente de el o los otros, o peor, por una característica valorada desde nuestra propia perspectiva como notablemente buena o mala. Para definir al otro, es necesario hacerlo desde la perspectiva de su integralidad y ésta se determina no solo por los que le rodean, sino por su propia dinámica con los demás. Desde esta perspectiva, los otros son parte integral de nosotros mismos sin necesidad de ser iguales, más bien es necesario ser diferentes para generar un tejido multicolor. Los mayas y los mesoamericanos, utilizaban el símbolo de la estera, es decir el petate, para hablar de la comunidad y lo que cohesiona a la comunidad es el Inlakech.

El hecho de definir a los judíos como ¨el gran problema de Europa¨ a los palestinos como ¨terroristas¨ o a los indígenas como  ¨seres inferiores destinados a la extinción¨ o a los brujos y brujas como ¨la condenación de la humanidad a fuego eterno¨ ha provocado gravísimos desbordes de violencia, en este caso por el desborde del poder punitivo del estado. El terror de los nazis en el Gueto de Varsovia, el cerco y ataque de las tropas israelíes a la Franja de Gaza irónicamente por los mismos judíos, son dos ejemplos de cómo el clasificar al otro, comprimido en una categoría de ¨enemigo¨ provoca graves violaciones de los derechos humanos como una simple reacción sin mayor conciencia, es decir que esto es concerniente a la dinámica de la ley del más fuerte, del darwinismo social, o de la ideología de la emergencia continua que denuncia el doctor Eugenio Zaffaroni consistente en delimitar a un sector de la población como ¨el problema¨ para justificar el crecimiento y desborde del poder punitivo del estado. 

Y sin embargo, a veces, en lo más cruel del genocidio, del ataque al otro, ha surgido el reconocimiento del o la “otra”. Recuerdo haber leído la historia de un nazi, quien en un proceso de ejecución de cientos de judíos con su fusil ametrallador, a quienes había hincado al borde de una fosa, vio súbitamente a una mujer, que antes de que le disparara a la cabeza, se volteó y le miró con tal intensidad que lo llevó a reconocer: “y vi que era un ser humano”; esa historia la repitió una y otra vez mientras convalecía trastornado en un manicomio.

El rostro humano, siendo una parte del cuerpo, es símbolo por excelencia de esa totalidad y por eso el Inlakech es también  ¨tu rostro es mi rostro¨. En 1992 como consecuencia directa de nuestro Proceso de Paz, los lisiados de guerra de ambos bandos, marcharon unidos. Fue interesante que se habían reconocido mutuamente como ¨guerreros¨ y guerreros lesionados con fuertes demandas que  aún hoy tienen vigencia. Si trascendemos la penalización y persecución de los seres humanos sólo por las apariencias y nos reconocemos dentro de las diferencias en nuestra integralidad de seres humanos, habremos quizá encontrado una clave para tratar el problema de la violencia. No quiero con estos comentarios, pretender dar soluciones, sino un humilde material de discusión. 
Contribución de Gustav Pineda (tohil223@yahoo.com.mx)