Hay que decir en primer lugar que es absolutamente
lamentable la muerte del mamífero. Pienso en las veces que visité aquel lugar y
en la cantidad de curiosas y curiosos que convocaba. O sea, era parte del
escaso entretenimiento cultural que existe para las clases populares. De
acuerdo: aquellos animales no están en las mejores condiciones, pero ¿qué
sentido tendría privatizarlo para que se cobre diez, quince o veinte dólares la
entrada como sucede con la flamante competencia privada? Pero no es éste el
punto que me interesa discutir. Sólo intentaba señalar el significado del
animal para las clases populares.
Quiero hacer más bien unas reflexiones más de fondo
alrededor de la violencia en nuestro país a
propósito del caso. Son tres cosas: primero, el estridente reclamo que se
hace por la vida del hipopótamo Gustavito mientras al parecer callamos lo que
pasa con la vida de los y las demás. Segundo, si nos fijamos bien, Gustavito es
símbolo del hacinamiento mal cuidado que los privados de libertad tiene, pero
otra vez: nos preocupa Gustavito y no los 30 mil en penales. Tercero, me
sorprende la historia que se construye alrededor del caso: al parecer
necesitamos recurrir al terror para explicarlo.
Primero, ¡qué bien que hagamos el reclamo por la
pérdida siniestrada de cualquier vida! Personas comunes, en radio, tv, redes
sociales, organizaciones, etc. han expresado su pesar por la pérdida. Pero nos
olvidamos que nos estamos matando unos a otros y ahí pareciera a veces que lo
consideramos normal. Como he comentado algunas veces, a mi me ha sorprendido siempre
personas con buena formación e incluso cultura cristiana que propone como
solución juntar a todos los enemigos (políticos, pandilleriles, etc.) en un
lugar y prenderles fuego. Y no lo dicen en broma. Pero luego se rasgan las
vestiduras por Gustavito. Repito: me parece genial preocuparnos por todo ser
viviente, pero algo no está bien cuando nos preocupa más el maltrato animal que
el maltrato humano.
Segundo, precisamente como maltrato humano, probablemente
no hay peores condiciones de vida que
los privados de libertad en los Centros Penales. Raya con la tortura. En ese
sentido, Gustavito puede ser un símbolo. El discurso contra la existencia del
zoológico presenta razones también por las que deberíamos modificar nuestra
idea del encierro como medida de corrección. Como se ha expresado en el caso de
los animales en el zoológico, no están bien cuidados, ni alimentados, hay
problemas de hacinamiento y de salud, son maltratados además de haber sido
arrancados de su propio hábitat e incluso de su familia (la familia de
Gustavito está en Guatemala). Si no queremos eso para los animales, tampoco
deberíamos quererlo para nosotros mismos seres humanos. Pero curiosamente ahí
se nos olvida lo que somos y creemos que entre más castigamos y más duele,
mejor.
Tercero, ya las dos primeras consideraciones
deberían ser suficientes reflexiones para darnos qué pensar. Pero me llamó así mismo la atención de toda la
trama criminalística que se construyó alrededor del “asesinato de Gustavito” como dijo alguien por ahí. Esto confirma la
necesidad que tenemos de construirnos enemigos y orquestar la realidad
alrededor del miedo… O quizá es el imperioso deber que algunos se toman en sus
manos incluyendo políticos, medios de comunicación y organizaciones… ¿Cuál es
la verdad del caso Gustavito? Sin duda, puede llegar a saberse. Pero, de las versiones disponibles ¿cuál es
la que más se aproxima a la verdad? El principio de la “Navaja de Ockham” nos
es pertinente aquí.
El principio dice “las explicaciones nunca deben multiplicar las causas sin necesidad”
es decir que la pluralidad no debe postularse sin necesidad (“pluritas non
est ponenda sine necessitate”). Por
tanto, la explicación más sencilla es la que probablemente se acerque más a la
verdad (este es uno de los argumento contra la multicausalidad de la violencia frente a explicaciones sencillas y poderosas). Pensar que un grupo de ¿pandilleros?,
burlaron la vigilancia (¿), atacaron al hipopótamo (¿ha visto usted el tamaño y
fuerza de del animal?) e incluso le punzaron con un picahielo (¡la piel es
gruesísima!) es realmente poco creíble y es más simple la teoría que dice que
el animal se enfermó, se golpeó y murió. Pero durante días y semanas (y quizá
todavía) seguimos creyendo en la teoría de los pandilleros atacantes de
picahielo. Quizá porque esta historia nos permite esconder otras cosas
(negligencia por ejemplo), pero sobre todo porque ensalza el terror. Esta es mi
preocupación de fondo: preferimos inventarnos historias de terror y de criminal minds antes que conceder
explicaciones más sencillas (más no simples) de la violencia (exclusión,
humillación) pero que tienen el inconveniente de ser explicaciones subversivas.
Contribución de Patricio Schweinsteiger Solis (p.schweinsteiger.solis@gmail.com)