“No entiendo cómo trabajás construcción de paz y
sos tan conflictivo” me dijo la colega percibiendo un todo de desquite tras
señalar un desacuerdo de mi parte. “Es que vos crees erróneamente que los
conflictos se oponen a la paz. Más bien, los conflictos son el vehículo para la
construcción de paz” fue mi respuesta. Repetidamente me lo dicen, porque
repetidamente suelo expresar mi desacuerdo sobre las cosas o un punto de vista distinto
sobre las cosas. Más todavía se asusta la gente cuando uno contradice la “autoridad”
o al “jefe”. No es que prive aquello de que “el que sabe, sabe y el que no, es
jefe” (la primera vez que vi esto fue en un rótulo que Amando López SJ tenía en
su cubículo), pero mucha gente está acostumbrada a colocar ofrecer su nuca antes
que contradecir y enfrentar al jefe.
Ya en otra parte hice la reflexión a propósito de un pasaje en el evangelio de Mateo 10,34. Atendiendo el texto griego, la
palabra Μαχαιρα [majaira],
es decir, “espada” bien puede traducir por conflicto y así leer “no he venido a
traer la paz, sino el conflicto” en vez de “no he venido a traer la paz, sino
la espada”. Siempre ha sido complicado explicar por qué Jesús dice que trae la
espada; pero sí pensamos en el conflicto como expresión de un desacuerdo, pués
es mucho más sencillo comprender el texto. Los conflictos no son más que desacuerdos
entre dos partes basadas en una diferencia. Es connatural a la diversidad.
Convivimos con los conflictos. Ahora bien, los conflictos pueden convertirse en
verdaderas complicaciones hasta involucrar la violencia, pero eso depende de la
dinámica del poder en el ejercicio de las partes, no del conflicto en sí.
Quiero fijarme en un detalle importante en las
relaciones a propósito del conflicto que me parece que en el caso de El
Salvador es un elemento crucial. No estamos acostumbrados a expresar el
descuerdo. Nos parece descortés, impropio y mala onda expresar el desacuerdo y
tendemos a tomarlo como “personal” provocando que alguna gente se sienta
emocionalmente comprometida y responde visceralmente. Se expresa como “¡Dios
mio! Me dijo que no!” con acento en
el “me”… “Me ha dicho que no está de
acuerdo” y la persona lo toma como una afrenta personal y un ataque contra sí
mismo, en vez de asumir que se está expresando una diferencia que puede y debe
ser trabajada. Al tomárselo personal intervienen más fuertemente las emociones
que bloquean la comunicación y el entendimiento del problema.
Pues este es un problema recurrente en El Salvador.
En las reuniones de trabajo nadie suele osar contradecir al jefe, pero si está
equivocado, ¿no valdría la pena? ¿no lo agradecería incluso? Quizá, se dice,
pero la gente no está dispuesta a arriesgarse. Preferimos guardar silencio o
mantener una sonrisita de aparente inocencia y al finalizar la reunión
comentamos por aparte, muchas veces facilitando las intrigas y expresando el
desacuerdo (hablar “de” pero no “con”). Es parte de la cultura laboral,
organizacional y familiar… décadas de sometimiento y una estructura de clase
rígida hace ver a la persona que expresa el desacuerdo como revoltoso,
subversivo cuando no resentido y complicado… una persona conflictiva.
Expresar el desacuerdo es sano pero prevalece
todavía la noción y la experiencia que el conflicto es un terremoto, un “desvergue”
para utilizar un término técnico del habla
salvadoreña. Si el prefijo “des” anuncia la pérdida o la ausencia (como
en desmembramiento o desmadre, término muy salvadoreño para referirse al
conflicto) entonces nadie quiere verse privado, en una cultura tan machista
como la salvadoreña, de tal ´órgano emblemático.
Pasa por otros canales y sensiblización entender
que ser conflictivo es perfectamente compatible con la construcción de paz, no
su contrario.
Contribución de Luis Monterrosa (lmonterrosa@uca.edu.sv)