martes, 22 de agosto de 2017

... entonces, ¿qué es construcción de paz? (1)


Bansky: Lanzador de flores

Luis Monterrosa (lmonterrosa@uca.edu.sv)
Muchas veces damos por supuesto que entendemos lo mismo respecto de ciertos conceptos. O asumimos que son intercambiables por otros. Este es el caso de “construcción de paz” (peacebuilding, Friedenaufbau por referirme al término en dos lenguas que asumen una sola palabra ahí donde nosotros usamos tres). Otras veces hemos hecho referencia ya al término, pero vamos a explicitarlo ahora.
Primero haciendo las distinciones pertinentes. No es lo mismo que “cultura de paz”. Tenemos un diplomado en UCA en construcción de paz o impulsamos un programa en construcción de paz. Alguna gente neciamente dice “el diplomado de cultura de paz” o “realizar acciones de cultura de paz” y no, no es lo mismo. No se trata de ser exquisito. Por supuesto que son conceptos asociados. Lo que más me preocupa es que se tenga en mente, cuando se habla de “cultura de paz”, cosas que fácilmente pueden torcer el concepto clave de construcción de paz.
No es ni por cerca intentos de promover el folklor, el arte o las expresiones culturales: eso no es ni construcción de paz, ni cultura de paz. Sobre cultura de paz, ya  he escrito en otra parte. Pero construcción de paz no se reduce a “promover valores”, ni a reconciliar amos con esclavos, sean estalinistas o neoliberales, ni a procurar la armonía forzada o falsa o a medias entre las partes.
Tendríamos que decir que construcción de paz es un concepto propio de las ciencias sociales. Lo que pasa es que siendo honestos, las tareas de construcción no pueden reducirse a las ciencias sociales (además de lo discutible del término) y mejor sería hablar de un concepto multidisciplinario, tan diverso como es la paz. Y de ahí que no es exclusivo de la sociología o de la psicología social, mucho menos de la filosofía o la antropología. Pero cada campo del saber hace su aporte.
Construcción de paz está referido a un proceso de transformación de las relaciones desde la hostilidad hacia la justicia, la cooperación entre las partes, hacia el bienestar. Sería atinado llamar a este proceso pacificación, pero es un término contaminado porque inmediatamente se viene a la memoria del uso de la fuerza  o de los ejércitos y por tanto, tiene un sentido de sometimiento. Aquí suponemos que las partes en términos de la relación (A en relación a B, siendo A y B dos personas, dos grupos o dos clases sociales) acuerdan modificar los términos de su relación (que define su situación) después de un proceso complejo que está representado por la Matriz de Curle. Estos acuerdos suponen la modificación de la hostilidad. Esta depende de la relación y de quiénes son las partes, pero que básicamente está referida a dos criterios clave: la conciencia que las partes tienen sobre su situación y el balance o desbalance del poder que relaciona a ambas partes. La típica relación hostil supone un bajo nivel de conciencia de alguna de las partes (la mujer sometida, el esclavo o colono) y un desbalance en el poder (expresado como el macho proveedor o la distribución desigual del ingreso o la riqueza de  un país).
Por tanto, construcción de paz supone hablar de procesos de transformación (personal, grupal, social), de relaciones, de conciencia y de poder. No es un concepto ingenuo. Es un concepto subversivo en realidad en diversos planos. Supone diversas capacidades analíticas (de la conflictividad por ejemplo, identificación de actores), metodológicas (cómo abordo el conflicto y promuevo el diálogo o impulsa la lucha noviolenta para alcanzar el cambio que quiero). Supone digerir conceptos y apropiárselos personalmente porque suele exigir compromiso personal y va más allá de la visión académica aséptica.
La referencia inevitable es Adam Curle y su obra Conflictividad y Pacificación (precisamente el nombre de este Blog). Tenés a la mano una porción de esa obra aquí con el título La práctica de buscar la paz.

viernes, 11 de agosto de 2017

Tregua: mediar, negociar, dialogar



Monumento a M.L. King en la Universidad de Upsala, Suecia
Contribución de Luis Monterrosa (lmonterrosa@uca.edu.sv)
En estos días es coincidente el juicio sobre “la tregua” y la realización de ciertas jornadas sobre mediación, diálogo y negociación en el diplomado en construcción de paz que realizamos en la UCA con personal de algunas organizaciones nogubernamentales, gubernamentales y organizaciones sociales. Suele haber cierta confusión entre los términos, confusión conceptual y práctica, pero en principio tras las posibles discusiones cae por su propio peso que, si de construir paz se necesita, la interacción comunicativa entre los adversarios es necesaria.

Por supuesto que podés dedicarte a la negociación marrullera, al dialogo entrecomillado que no busca más que dar atol con el dedo y mediar amañadamente entre el amo y el esclavo. Pero ya ahí estás haciendo otra cosa. Esencialmente la interacción comunicativa de la que hablamos aquí supone intencionalidad de propiciar cambios hacia mayor justicia y dignidad y, presupone así, la honesta, consciente y buena voluntad de las partes. ¿Que una de las partes parece no tener esa honesta, consciente y buena voluntad? Bueno, es esencial primero caer en la cuenta de ello (para no engañarse) y luego buscar los caminos adecuados a la situación, pero no aplicar en ese contexto directamente el negociar o mediar, simplemente porque estarías de camino a acuerdos que bien pueda no sean honestos ni sostenibles.

En esta dirección se impone la necesidad de la comunicación entre las partes, buscando en principio comprender las razones del adversario, que no significa ni aceptar ni disculpar sus razones. Eso sólo lo podés lograr escuchando al adversario. En términos de los problemas sociales y la conflictividad, escuchar las razones en el conflicto es un momento estratégico. De lo contrario, simplemente se supone que el adversario está equivocado, está fuera de la ley o no merece ni nuestra atención ni nuestra cooperación. Este ha sido, a mi modo de ver, un elemento básico en cuanto a la problemática social de las pandillas. Hemos supuesto que son delincuentes y que la única manera de abordar el asunto es a lo espartano (“patada al pecho”), pero en realidad hay un problema social concreto ahí. Las pandillas son expresión sintomática de una sociedad excluyente. Existen innumerables experiencias anónimas y desconocidas en las que se desarrolló un diálogo. Las partes intentando entender la situación, los intereses subyacentes más allá de los reclamos y demandas típicas y que posibilitaron alcanzar acuerdos basados en pequeños detalles encaminados al respeto.

En este sentido el diálogo puede llevar a la negociación una vez que el intercambio comunicativo, cuando se hace bien, conduce al reconocimiento de ámbitos de entendimiento posible, a la generación de un espacio común para alcanzar acuerdos de mutuo beneficio. Huelga decir, y aunque obvio debe decirse, que se supone que las partes hablan con la verdad, en el ámbito de lo legítimo y la justicia (¿qué es la justicia? Sí, otra cosa por discutir, pero prefiero este término a “lo legal” que puede ser más problemático). No es diálogo ni negociación si tenés la amenaza de las armas en frente, pero incluso Moisés, por mencionar un personaje conocido, se acercó al Faraón para plantearle la salida de los esclavos antes de lanzarse las plagas…

Por supuesto, no es fácil sentarse a la mesa con el adversario. En el transcurso del conflicto, al calor de las acciones y reacciones, se han construido imágenes mutuas de enemistad que desdibujan la realidad que el Otro, ese que llamo mi enemigo, también es otro ser humano. Se vuelve por tanto necesario desmontar esas imágenes y es donde es efectiva la tarea de la mediación. El mediador, no es sólo el que a la mesa garantiza lo procesual y las reglas del encuentro, sino también y sobre todo el que abre camino a la posibilidad de sentarse entre los adversarios a través del esfuerzo del acercamiento posible.

A mi modo de ver, ese proceso que hemos conocimos como Tregua tuvo en su etapa de 2012 estos momentos de diálogo, negociación y mediación. Me es difícil entender el por qué del desmontaje de este proceso. Digo este proceso, porque se desarrollaron en 2013 otros procesos paralelos y rivales, marcados más por el interés politiquero, típico de la negociación marrullera (tanto arriba, abajo, como en la izquierda y derecha). Lo curioso es que estos que empujaron los procesos sustitutivos son los que abortaron el proceso del 2012.

Por supuesto que habrá habido errores. Pero descalificar el enorme esfuerzo de diálogo, negociación y mediación por estos errores, es incorrecto. Tan incorrecto como negarse a buscar salidas honestas y apegadas a la verdad del diálogo para enfrentar los problemas sociales. Cerrar las puertas del diálogo no es más que abrir las compuertas de la avalancha de la violencia. Es ahí donde estamos.