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Dali, "La esfinge de azúcar", 1933 |
1.
Siempre hay una teoría
Toda
acción (toda práxis, sería la expresión adecuada) supone una
teoría, ímplicita o explícitamente. Las acciones se expresa
desarticulada o articuladamente. Pueden ser espontáneas o reactivas,
pero puede ser también ordenadas según ciertos objetivos de corto y
largo plazo: es lo que llamamos una estrategia y se expresa
normalmente en proyectos, programas y políticas. En el mejor de los
casos, el diseño de una estrategia está antecedido por un análisis
específico de la realidad sobre la que se quiere actuar a modo de
intentar comprender el fenómeno. Hay análisis más o menos
profundos, pero siempre aparecen implícita o explícitamente
elementos teóricos que inciden con más o menos profundidad en la
acción pretendida.
2.
Resistencia a la teoría
Por
tanto, habrá alguna teoría. Esto que parece obvio, es importante
remarcarlo. Suele haber personas (funcionarios o técnicos) que
rehuyen de la teoría, del “esfuerzo
del concepto”.
Universitariamente no podemos rehuir del esfuerzo, ni contentarnos
con cualquier teoría, ni aceptar acríticamente cualquier pluralismo
conceptual diversificado que raye en el eclecticismo. Por otro lado,
en el tema de violencia, es importante así mismo destacar dos
posturas al respecto (siguiendo a J. Giligan en Violence: a
reflection on a national epidemics) y una más propia de nuestro
contexto.
2.1
Existe la posición que asume que discutir teóricamente el asunto de
la violencia (y/o delito) es perder el tiempo simplemente porque haya
o no haya “causas subyacentes” a la violencia (y/o el crimen) es irrelevante, puesto no es
importante entender, sino actuar en la medida que hay un hechor
violento que necesita ser castigado y punto. Este es el tipo de
postura que criminalizando la violencia recurre al castigo, una
medida poco efectiva en términos netos a lo largo de la historia.
2.2
La posición posmoderna que sospecha de toda construcción teórica
posible en la medida que puede responder a intereses específicos de
grupos dominantes y que por tanto es preferible “no tener teoría”
a ser presa de visiones ideologizadas. Si bien la preocupación es
legítima, la solución planteada no es quizá la más acertada. En
principio, ha de bastar la crítica permanente a toda construcción
teórica, por supuesto tomando en cuenta que no podemos prescindir de
los supuesto, pero si podemos hacerlos explícitos.
2.3
A pesar de convivir con algún tipo de teoría, suelen aparecer
resistencia al tratamiento teórico de la violencia porque nos hemos
acostumbrado a algún teoría normalmente implícita. Hay dos formas
implícitas de teoría con las que hemos convivido y de las que nos
cuesta desprendernos:
2.3.1
Las teorías que criminalizan la violencia y que terminan por
convertir el problema de la violencia en un problema de pandillas. No
estamos diciendo que la violencia como problema no tenga una arista
delictiva, como tampoco estamos diciendo que las pandillas son
problema ajeno. Lo que estamos diciendo que ahí hay una teoría que
pueda que no sea fecunda (de hecho no lo ha sido en los últimos
veinte años). Por eso hablar de modelos de salud pública,
epidemiológicos o enfoque sociales para analizar la violencia suelen
producir resistencias por esas teorías implícitas
2.3.2
Las teorías que adjudican al ocio una causalidad en términos de
violencia y por tanto proponen el deporte y la actividad artística
para “combatir la violencia”. Esto no significa que el deporte o
el arte no sean importante. Debemos favorecer todo esfuerzo para la
formación integral de la juventud, pero debemos tener claridad
etiológica respecto a la violencia. Suele pasar aquí que tenemos
una idea errónea sino confusa respecto de lo que es “causa”. Por
supuesto que el deporte ayuda. Sin embargo, para resolver, el remedio
debería dirigirse a los elementos causales y no sólo a
manifestaciones específicas.
3.
No puede ser cualquier teoría ni meramente una mezcla de teorías
Hay
diversos autores y teorías. No es el momento de hacer el examen de
cada teoría. En la medida que las teorías también son visiones de
mundo, es normal que encontremos cierta diversidad. La pregunta es
¿toda teoría es adecuada? ¿Cualquier teoría vale?
Véamolo
de esta manera. ¿Cómo explicamos la pobreza? ¿De qué teoría
podemos valernos para explicar por qué hay pobres? Este es un tema
que fue discutido amplicamente, por ejemplo en los años cincuenta a
propósito del subdesarrollo en América Latina. Ha habido teorías
que intentaban explicar
la pobreza en función del clima y la geografía, de la iniciativa y
el espíritu emprendedor o del pesimismo social, del ocio connatural
de nuestros pueblos incluso. Sin embargo, es posible visualizar el
problema en términos dinámicos, incluso dialécticos si se desea:
no son pobres, son empobrecidos. La realidad de los pobres se
explican en función de su empobrecimiento ligado a estructuras
económicas capitalistas, una dinámica de apropiación de la
plusvalía que hace a unos más ricos y a otros más pobres.
Hay
pués, diversas teorías, pero no vale cualquiera. Tampoco es
cuestión de proponer varias teorías y “que el pueblo decida”.
Es función crítica de la universidad y del trabajo que hacemos
determinar una teoría
adecuada
que responda al examen crítico de la realidad. No es por tanto
cuestión de pluralismos (“abiertos a varios teorías sin cerrarnos
a ninguna”), ni de populismo conceptual (“ofrezcamos las
explicaciones y que la gente decida”), ni de mero eclecticismo
(“mezclemos lo mejor de cada una”), sino de buscar las teoría
apropiadas y adecuadas.
En los últimos diez, cuando no
veinte años, hemos convivido con teorías de la violencia, como ya
hemos insinuado más arriba, que criminalizan la violencia (“la
violencia es un problema delictivo y por tanto necesitamos respuestas
criminológicas”), que la atribuyen al ocio o incluso a los genes
autóctonos y que ha conducido a estrategias, proyectos y programas
que en poco o en nada han contribuido a la prevención, reducción o
mitigación de la violencia: programas de deporte, casas para jóvenes
en riesgo, políticas de mano dura, incremento de pena y castigos,
etétera. Parece tiempo suficiente por lo menos como para poner en
dudas ciertas posturas teóricas.
Contribución de Patricio Schweinsteiger-Solis (p.schweinsteiger.solis@gmail.com)