Monumento a M.L. King en la Universidad de Upsala, Suecia |
En estos días es
coincidente el juicio sobre “la tregua” y la realización de ciertas jornadas
sobre mediación, diálogo y negociación en el diplomado en construcción de paz
que realizamos en la UCA con personal de algunas organizaciones
nogubernamentales, gubernamentales y organizaciones sociales. Suele haber
cierta confusión entre los términos, confusión conceptual y práctica, pero en
principio tras las posibles discusiones cae por su propio peso que, si de
construir paz se necesita, la interacción
comunicativa entre los adversarios es necesaria.
Por supuesto que
podés dedicarte a la negociación marrullera, al dialogo entrecomillado que no
busca más que dar atol con el dedo y mediar amañadamente entre el amo y el
esclavo. Pero ya ahí estás haciendo otra cosa. Esencialmente la interacción comunicativa de la que hablamos
aquí supone intencionalidad de propiciar cambios hacia mayor justicia y
dignidad y, presupone así, la honesta, consciente y buena voluntad de las
partes. ¿Que una de las partes parece no tener esa honesta, consciente y buena
voluntad? Bueno, es esencial primero caer en la cuenta de ello (para no
engañarse) y luego buscar los caminos adecuados a la situación, pero no aplicar
en ese contexto directamente el negociar o mediar, simplemente porque estarías
de camino a acuerdos que bien pueda no sean honestos ni sostenibles.
En esta dirección se
impone la necesidad de la comunicación entre las partes, buscando en principio comprender las razones del adversario,
que no significa ni aceptar ni disculpar sus razones. Eso sólo lo podés lograr
escuchando al adversario. En términos de los problemas sociales y la
conflictividad, escuchar las razones en el conflicto es un momento estratégico.
De lo contrario, simplemente se supone que el adversario está equivocado, está
fuera de la ley o no merece ni nuestra atención ni nuestra cooperación. Este ha
sido, a mi modo de ver, un elemento básico en cuanto a la problemática social
de las pandillas. Hemos supuesto que son delincuentes y que la única manera de
abordar el asunto es a lo espartano (“patada
al pecho”), pero en realidad hay un problema social concreto ahí. Las
pandillas son expresión sintomática de una sociedad excluyente. Existen
innumerables experiencias anónimas y desconocidas en las que se desarrolló un
diálogo. Las partes intentando entender la situación, los intereses subyacentes
más allá de los reclamos y demandas típicas y que posibilitaron alcanzar
acuerdos basados en pequeños detalles encaminados al respeto.
En este sentido el
diálogo puede llevar a la negociación una vez que el intercambio comunicativo,
cuando se hace bien, conduce al reconocimiento de ámbitos de entendimiento
posible, a la generación de un espacio común para alcanzar acuerdos de mutuo
beneficio. Huelga decir, y aunque obvio debe decirse, que se supone que las
partes hablan con la verdad, en el ámbito de lo legítimo y la justicia (¿qué es
la justicia? Sí, otra cosa por discutir, pero prefiero este término a “lo legal”
que puede ser más problemático). No es diálogo ni negociación si tenés la amenaza
de las armas en frente, pero incluso Moisés, por mencionar un personaje
conocido, se acercó al Faraón para plantearle la salida de los esclavos antes de lanzarse las plagas…
Por supuesto, no es
fácil sentarse a la mesa con el adversario. En el transcurso del conflicto, al
calor de las acciones y reacciones, se han construido imágenes mutuas de enemistad
que desdibujan la realidad que el Otro, ese que llamo mi enemigo, también es
otro ser humano. Se vuelve por tanto necesario desmontar esas imágenes y es
donde es efectiva la tarea de la mediación. El mediador, no es sólo el que a la
mesa garantiza lo procesual y las reglas del encuentro, sino también y sobre
todo el que abre camino a la posibilidad de sentarse entre los adversarios a
través del esfuerzo del acercamiento posible.
A mi modo de ver,
ese proceso que hemos conocimos como Tregua tuvo en su etapa de 2012 estos
momentos de diálogo, negociación y mediación. Me es difícil entender el por qué
del desmontaje de este proceso. Digo este proceso, porque se desarrollaron en
2013 otros procesos paralelos y rivales, marcados más por el interés
politiquero, típico de la negociación marrullera (tanto arriba, abajo, como en
la izquierda y derecha). Lo curioso es que estos que empujaron los procesos
sustitutivos son los que abortaron el proceso del 2012.
Por supuesto que
habrá habido errores. Pero descalificar el enorme esfuerzo de diálogo,
negociación y mediación por estos errores, es incorrecto. Tan incorrecto como
negarse a buscar salidas honestas y apegadas a la verdad del diálogo para
enfrentar los problemas sociales. Cerrar las puertas del diálogo no es más que
abrir las compuertas de la avalancha de la violencia. Es ahí donde estamos.
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