viernes, 11 de agosto de 2017

Tregua: mediar, negociar, dialogar



Monumento a M.L. King en la Universidad de Upsala, Suecia
Contribución de Luis Monterrosa (lmonterrosa@uca.edu.sv)
En estos días es coincidente el juicio sobre “la tregua” y la realización de ciertas jornadas sobre mediación, diálogo y negociación en el diplomado en construcción de paz que realizamos en la UCA con personal de algunas organizaciones nogubernamentales, gubernamentales y organizaciones sociales. Suele haber cierta confusión entre los términos, confusión conceptual y práctica, pero en principio tras las posibles discusiones cae por su propio peso que, si de construir paz se necesita, la interacción comunicativa entre los adversarios es necesaria.

Por supuesto que podés dedicarte a la negociación marrullera, al dialogo entrecomillado que no busca más que dar atol con el dedo y mediar amañadamente entre el amo y el esclavo. Pero ya ahí estás haciendo otra cosa. Esencialmente la interacción comunicativa de la que hablamos aquí supone intencionalidad de propiciar cambios hacia mayor justicia y dignidad y, presupone así, la honesta, consciente y buena voluntad de las partes. ¿Que una de las partes parece no tener esa honesta, consciente y buena voluntad? Bueno, es esencial primero caer en la cuenta de ello (para no engañarse) y luego buscar los caminos adecuados a la situación, pero no aplicar en ese contexto directamente el negociar o mediar, simplemente porque estarías de camino a acuerdos que bien pueda no sean honestos ni sostenibles.

En esta dirección se impone la necesidad de la comunicación entre las partes, buscando en principio comprender las razones del adversario, que no significa ni aceptar ni disculpar sus razones. Eso sólo lo podés lograr escuchando al adversario. En términos de los problemas sociales y la conflictividad, escuchar las razones en el conflicto es un momento estratégico. De lo contrario, simplemente se supone que el adversario está equivocado, está fuera de la ley o no merece ni nuestra atención ni nuestra cooperación. Este ha sido, a mi modo de ver, un elemento básico en cuanto a la problemática social de las pandillas. Hemos supuesto que son delincuentes y que la única manera de abordar el asunto es a lo espartano (“patada al pecho”), pero en realidad hay un problema social concreto ahí. Las pandillas son expresión sintomática de una sociedad excluyente. Existen innumerables experiencias anónimas y desconocidas en las que se desarrolló un diálogo. Las partes intentando entender la situación, los intereses subyacentes más allá de los reclamos y demandas típicas y que posibilitaron alcanzar acuerdos basados en pequeños detalles encaminados al respeto.

En este sentido el diálogo puede llevar a la negociación una vez que el intercambio comunicativo, cuando se hace bien, conduce al reconocimiento de ámbitos de entendimiento posible, a la generación de un espacio común para alcanzar acuerdos de mutuo beneficio. Huelga decir, y aunque obvio debe decirse, que se supone que las partes hablan con la verdad, en el ámbito de lo legítimo y la justicia (¿qué es la justicia? Sí, otra cosa por discutir, pero prefiero este término a “lo legal” que puede ser más problemático). No es diálogo ni negociación si tenés la amenaza de las armas en frente, pero incluso Moisés, por mencionar un personaje conocido, se acercó al Faraón para plantearle la salida de los esclavos antes de lanzarse las plagas…

Por supuesto, no es fácil sentarse a la mesa con el adversario. En el transcurso del conflicto, al calor de las acciones y reacciones, se han construido imágenes mutuas de enemistad que desdibujan la realidad que el Otro, ese que llamo mi enemigo, también es otro ser humano. Se vuelve por tanto necesario desmontar esas imágenes y es donde es efectiva la tarea de la mediación. El mediador, no es sólo el que a la mesa garantiza lo procesual y las reglas del encuentro, sino también y sobre todo el que abre camino a la posibilidad de sentarse entre los adversarios a través del esfuerzo del acercamiento posible.

A mi modo de ver, ese proceso que hemos conocimos como Tregua tuvo en su etapa de 2012 estos momentos de diálogo, negociación y mediación. Me es difícil entender el por qué del desmontaje de este proceso. Digo este proceso, porque se desarrollaron en 2013 otros procesos paralelos y rivales, marcados más por el interés politiquero, típico de la negociación marrullera (tanto arriba, abajo, como en la izquierda y derecha). Lo curioso es que estos que empujaron los procesos sustitutivos son los que abortaron el proceso del 2012.

Por supuesto que habrá habido errores. Pero descalificar el enorme esfuerzo de diálogo, negociación y mediación por estos errores, es incorrecto. Tan incorrecto como negarse a buscar salidas honestas y apegadas a la verdad del diálogo para enfrentar los problemas sociales. Cerrar las puertas del diálogo no es más que abrir las compuertas de la avalancha de la violencia. Es ahí donde estamos.

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