El Salvador de post
guerra no fue impactado realmente por los Acuerdos de Paz de 1992. Los factores
estructurales que propiciaron la guerra siguieron marcando las pautas de la
vida nacional. El factor político en su
expresión evidente y publicitada, lo electoral, siempre estuvo sometido a lo
que nunca cambió.
Por lo tanto, la
gente se siguió yendo del país, buscando las oportunidades para mejorar la
vida; oportunidades que siguieron siendo escasas para las grandes mayorías.
Llegaron nuestros
compatriotas a una sociedad estadounidense más cerrada, extraña, marginadora,
excluyente y que siempre les vio como enemigos.
Una sociedad en donde encontraron a “salvadoreños” ya nacidos en Estados
Unidos; pero a pesar de eso, su identidad de referencia era El Salvador. Pero ellos habían nacido allí.
Se encontraron
también con otras identidades culturales que sufrían marginación y la
humillación consecuente. Los negros, los
chinos, los mejicanos, los indios y otros agrupamientos asiáticos.
La sociedad
estadounidense para estas identidades es un espacio hostil. Es un espacio en el cual el guetto es el resultado y no la consecuencia de muchos males. La gente está a la defensiva, defiende su
territorio y dentro del espíritu de sobrevivencia, se remarcan a los “otros” no
como iguales que yo, sino como enemigos a costa de los cuales sobrevivimos y
crecemos.
No obstante, es una
minoría en Estados Unidos que marca su sobrevivencia en el quebranto de la
ley. Muchas veces su propia comunidad de
referencia es víctima, en menor proporción, pero esto es por un corto
tiempo. Ya que las pandillas mutan y de guetto pasan a considerar el territorio
como su coto de caza. La comunidad
salvadoreña por ejemplo, pasa a ser perjudicada en EEUU y en El Salvador. Hay estadísticas policiales que nos hablan de
extorsiones y crímenes vinculados desde EEUU y desde El Salvador.
Terminamos la guerra
en 1992 y un año después se incrementan las deportaciones masivas desde
EEUU. Muchos pandilleros llegan a un
país que ya no reconocen como propio y además se les recibe no tan
acogedoramente.
Acá empieza la
simbiosis de las pandillas. Acá las
identidades se hacen tribus, se hacen agrupamientos para los cuales el “territorio” es su territorio. Empieza a
pesar más el lucro y el poder del grupo, y no la identidad como pueblo. Pero también el Estado está ausente de estos
lugares…
En un primer ciclo
esta dinámica foránea chocó con la identidad natural de nuestro pueblo. Y la clase política, la academia y otros
sectores de incidencia, prefirieron combatir el fenómeno y no hicieron nada por
entenderlo, por estudiarlo, por buscar construir soluciones alternativas,
inteligentes, pacíficas y humanistas para abordar el problema. A la gran Derecha nunca le interesó, eran sólo
pobres y nada más.
Pero, es tan escandalosamente
marginadora, excluyente y empobrecedora nuestra realidad social, que estos
agrupamientos de pandillas se constituyen en un fenómeno social que impacta en
su identidad a cerca de un 10 % de la población de nuestro país.
¿Será que esta
fragmentación territorial que sufre el país, esta realidad de guettos más beligerantes y violentos sea tan solo la
punta del iceberg de un conflicto mayor?
¿Esta mezcla de
marginación, exclusión, represión criminal del sistema y empobrecimiento
galopante de la gente, sea la yerba seca cuyo combustible esté tan
peligrosamente cercano en el conflicto con las pandillas?
Los políticos
inescrupulosos se encargaron de abrirle los ojos a las pandillas, le hicieron
consciente de su poder, y no solo electoral, sino de toda la dimensión de su
poder. Pero también, esta realidad nos
vuelve a los temas relevantes: sin desarrollo no hay paz y por supuesto, que
sin paz no hay condiciones para el desarrollo.
Entender que la corrupción de los políticos no es distante del daño que
causan las pandillas.
Empecemos pues por
la justicia, por la construcción de equidad, por el respeto al Estado de
Derecho, porque de verdad la persona humana sea todo el centro de nuestra
acción.
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