martes, 11 de julio de 2017

Pandillas, guetto y cultura importada



Resultado de imagen para latin america ghettoPor Felipe Aldana (salfelipe2006@yahoo.com)
El Salvador de post guerra no fue impactado realmente por los Acuerdos de Paz de 1992. Los factores estructurales que propiciaron la guerra siguieron marcando las pautas de la vida nacional.  El factor político en su expresión evidente y publicitada, lo electoral, siempre estuvo sometido a lo que nunca cambió.
Por lo tanto, la gente se siguió yendo del país, buscando las oportunidades para mejorar la vida; oportunidades que siguieron siendo escasas para las grandes mayorías.
Llegaron nuestros compatriotas a una sociedad estadounidense más cerrada, extraña, marginadora, excluyente y que siempre les vio como enemigos.  Una sociedad en donde encontraron a “salvadoreños” ya nacidos en Estados Unidos; pero a pesar de eso, su identidad de referencia era El Salvador.  Pero ellos habían nacido allí.
Se encontraron también con otras identidades culturales que sufrían marginación y la humillación consecuente.  Los negros, los chinos, los mejicanos, los indios y otros agrupamientos asiáticos.
La sociedad estadounidense para estas identidades es un espacio hostil.  Es un espacio en el cual el guetto es el resultado y no la consecuencia de muchos males.  La gente está a la defensiva, defiende su territorio y dentro del espíritu de sobrevivencia, se remarcan a los “otros” no como iguales que yo, sino como enemigos a costa de los cuales sobrevivimos y crecemos.
No obstante, es una minoría en Estados Unidos que marca su sobrevivencia en el quebranto de la ley.  Muchas veces su propia comunidad de referencia es víctima, en menor proporción, pero esto es por un corto tiempo.  Ya que las pandillas mutan y de guetto pasan a considerar el territorio como su coto de caza.  La comunidad salvadoreña por ejemplo, pasa a ser perjudicada en EEUU y en El Salvador.  Hay estadísticas policiales que nos hablan de extorsiones y crímenes vinculados desde EEUU y desde El Salvador.
Terminamos la guerra en 1992 y un año después se incrementan las deportaciones masivas desde EEUU.  Muchos pandilleros llegan a un país que ya no reconocen como propio y además se les recibe no tan acogedoramente.
Acá empieza la simbiosis de las pandillas.  Acá las identidades se hacen tribus, se hacen agrupamientos para los cuales el “territorio” es su territorio.  Empieza a pesar más el lucro y el poder del grupo, y no la identidad como pueblo.  Pero también el Estado está ausente de estos lugares…
En un primer ciclo esta dinámica foránea chocó con la identidad natural de nuestro pueblo.  Y la clase política, la academia y otros sectores de incidencia, prefirieron combatir el fenómeno y no hicieron nada por entenderlo, por estudiarlo, por buscar construir soluciones alternativas, inteligentes, pacíficas y humanistas para abordar el problema.  A la gran Derecha nunca le interesó, eran sólo pobres y nada más.
Pero, es tan escandalosamente marginadora, excluyente y empobrecedora nuestra realidad social, que estos agrupamientos de pandillas se constituyen en un fenómeno social que impacta en su identidad a cerca de un 10 % de la población de nuestro país.
¿Será que esta fragmentación territorial que sufre el país, esta realidad de guettos más   beligerantes y violentos sea tan solo la punta del iceberg de un conflicto mayor?
¿Esta mezcla de marginación, exclusión, represión criminal del sistema y empobrecimiento galopante de la gente, sea la yerba seca cuyo combustible esté tan peligrosamente cercano en el conflicto con las pandillas?
Los políticos inescrupulosos se encargaron de abrirle los ojos a las pandillas, le hicieron consciente de su poder, y no solo electoral, sino de toda la dimensión de su poder.  Pero también, esta realidad nos vuelve a los temas relevantes: sin desarrollo no hay paz y por supuesto, que sin paz no hay condiciones para el desarrollo.  Entender que la corrupción de los políticos no es distante del daño que causan las pandillas.
Empecemos pues por la justicia, por la construcción de equidad, por el respeto al Estado de Derecho, porque de verdad la persona humana sea todo el centro de nuestra acción.

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