martes, 12 de diciembre de 2017

¿Por qué debería perdonarlo? II: El último héroe de acción.



Resultado de imagen para heroe duro matarContribución de Fabrizio Cornejo (00124013@uca.edu.sv)

La escena suele ser la misma: Una lluvia de balas infinitas, vidrios rotos y esquirlas volando por el aire. El protagonista se esconde tras algo esperando su ventana de oportunidad. El arma firmemente sostenida en sus manos. Calcula el momento y en un segundo, haciendo gala de su precisión y astucia, dispara la última bala que tenía, encajándola en la frente “del malo”, terminando así con su vida. Ahora todo vuelve a la normalidad.

Ah, tan reconfortante un final así, ¿no? El enemigo ha muerto, el héroe ha triunfado y ahora regresa triunfante a su vida. Todo es paz ahora, todo es armonía.

Si tan solo eso fuera tan fácil.

Si bien las películas (principalmente las estadounidenses) presentan situaciones semejantes en las cuales un único héroe se enfrente a un mal encarnado y personificado en un único ser, la realidad (como siempre) pecará de ser distinta y mucho menos simple.

Siendo constantemente bombardeados por toda temática extranjera, no es de extrañar que muchos de los ideales se hayan transmitido a nuestro pequeño El Salvador. De hecho, regresando al esquema anterior, dentro de la literatura existen diversos estudios en cuanto a la narrativa de los cuentos, esas pequeñas historias transmitidas de generación en generación con una intencionalidad. Estos, reflejan mucho de la manera en la que la gente se comportaba y el ideal de su resolución de conflictos. El camino del héroe, una serie de situaciones en la cual un personaje se ve inmerso, es básicamente el esquema de toda película de acción actual. Balas más, balas menos. Idealmente una situación así es resuelta con el triunfo del bien sobre el mal. Eso nos lleva a la pregunta ¿El bien siempre gana?

Podemos acoplar, nuevamente, esto a una situación cotidiana salvadoreña. No son raros los enfrentamientos entre las fuerzas de la ley (¿bien?) contra “estructuras terroristas” (¿mal?) y cada uno repite la estructura anterior. Cada persona tiene algo en su ser llamado “la narrativa personal”, que básicamente es la forma en que entiende los hechos que ocurren. Lo cual me lleva a recordar aquella frase que se usa para diferenciar a un ángel de un demonio. Un poco parafraseada es que, si me ayuda, será un ángel, pero si se me opone, será un demonio. Contra una lógica tan estrecha no es de sorprendernos que exista esa (literal) demonización del enemigo.

Siempre el otro es el enemigo, el demonio, el que se opone a mis planes.

Dentro de la misma estrecha lógica, muchas veces para finalizar a ese enemigo es necesario destruir su estirpe, su descendencia, obliterarlo de la existencia. Se justifica de esta manera el asesinato extrajudicial, matanzas de pueblos enteros, aquella idea de darle fuego a las cárceles con los reos adentro. Es que es tan fácil matar si no es humano.

Si nuestra manera de contar historias es muestra de nuestros ideales como pueblo, tristemente no nos hemos apartado de la misma violencia. Basta con caminar por cualquier calle para poder observar los titulares de periódicos. Titulares que no hacen más que llamar al morbo y la atención. Estamos tan acostumbrados (deshumanizados diría yo) que la fotografía de un tipo sin cabeza muerto en un microbús nos parece normal, siempre y cuando al otro lado del periódico en cuestión, esté una mujer cuasi desnuda con alguna frase como “sensualidad al borde” o algo así. Lo mejor de dos mundos, ¿no?

¿Qué mejor manera de atraer la atención del salvadoreño promedio que con violencia? El incidente pudo haber pasado fuera de su casa, pero eso no le impedirá pagar veinticinco centavos por leerlo en el periódico. Entre más cercana la fotografía, mejor. Entre más explícito, mejor. Entre más lo sienta lejano a mi persona, mejor.

No es remoto en estas situaciones escuchar frases como “Qué bien que lo mataron”, “Una lacra menos”, “Qué bien que ese parásito recibió su merecido”. Me voy a detener en la última: “su merecido”. Bajo el mismo análisis de nuestra manera de expresarnos, el castigo, en este caso la muerte, es algo que se merece. Es la manera en que la vox populi se refiere a la muerte: como un castigo por los pecados cometidos. Aquí tal vez la justificación cae en la misma locución: Vox populi, Vox Dei. Si tenemos a Dios de nuestro lado (el que sea), todo nos es permitido.

Es aquí, en este terreno difuso y agreste que los derechos humanos no tienen cabida. La razón es muy simple, los derechos son humanos, entonces para este ente criminal, delincuente, este demonio que se opone a mis planes, no pueden existir ni estar vigentes porque no es humano. La división entre la sociedad es más evidente. Realmente no nos interesa proteger todos los derechos humanos, sino solo los propios. Porque si nos ponemos a pensar ¿Qué me ha dado el otro? ¿Por qué debería protegerlo? ¿Por qué debería perdonarlo? Si es una bestia, si no es humano.

La sección de comentarios en cualquiera de las noticias de un periódico en línea es cancerígena. Simplemente. Unos minutos leyendo algunos comentarios reflejarán un ideario social enfocado al castigo y a la violencia. Igual, es lo más que hemos aprendido, ¿no? Es la manera en que los conflictos se han resuelto toda la vida. Nadie ha dicho nada.

¿Por qué repentinamente la gente quiere derechos humanos? Quizás porque la línea entre “el enemigo” y “yo” se va haciendo cada vez más difusa. Basta con ver las tanquetas en la calle. Nunca hay nada más peligroso que un hombre sin rostro protegido por una insipiente institucionalidad. Nada más peligroso que una guerra tácita en la cual el enemigo podría ser cualquiera.

Sin embargo, he escuchado de manera directa a gente decir “A mi me valen los derechos humanos” “No hacen más que proteger criminales” y es aquí donde se vuelve tan esencial aquella frase del carpintero de las historias bonitas “El que esté libre de pecado que tire la primera piedra”. En este país, por aquella falta de introspección generalizada, probablemente lo hubiera asesinado en el momento y luego a la mujer que protegía. Tal vez en unos años alguien hubiera pensado: “Es cierto, yo también he pecado”.

¿Acaso no es este el país en el cual manejar es casi ir a la guerra? ¿No es este el mismo país que tiene una corrupción tan profunda que solo con haber nacido aquí ya somos cómplices? Eh, tal vez eso sea una exageración, pero nunca una iniciativa popular en contra de esta se ha manifestado con fuerza. Es parte de la jugada superior: el pueblo siempre dividido. Si cada quién intenta salvarse únicamente a sí mismo y lo más cercano (cuando mucho), fomenta la división. En ese pequeño acto de egoísmo humano, cuando el instinto de autopreservación se vuelve torpe y la visión de túnel en la cual el inicio y el final es el individuo, ahí precisamente es cuando nos volvemos cómplices. Por dejar a nuestro semejante caer, por pasar por encima de todos los que sean necesarios con tal de salvarme yo.

A Dante Alighieri se le debe la visión moderna del infierno. Esto es sorprendente, ¿no? Toda una religión basada en los delirios de un italiano exiliado que solo hizo una catarsis en la cual, la mayoría de sus enemigos políticos eran los que se encontraban en el infierno. Sin embargo, podremos recalcar una frase, supuestamente dicha por él: “El lugar más oscuro del infierno está reservado para aquellos que, en tiempo de necesidad, no hicieron nada”.

Resultado de imagen para tanquetas calle salvadorY es aquí, en El Salvador, donde esto parece ser más ejemplarizante. Esto es un infierno a lo Sartre: “El infierno son los demás”. Tanta gente y tanta muerte que esto hasta parece parte de un sistema de limpieza social mundial. Ya saben, la misma tecnología que mantiene a los países pobres y a merced de otros, es la misma que mantiene a otros matándose unos a otros. Algo más ilusorio es lo que acontece en las “clases altas” del país. Para empezar nadie realmente “de clase alta” se quedara a vivir aquí. Ni por negocios, ni por nada. Si siguen oligarcas aquí es porque no lo son tanto y todavía necesitan el dinero que van a ordeñar cínicamente de los “inferiores”. Su ilusión consiste en que son intocables pero la marea sube, el mar se recrudece con los barcos y el oleaje se torna salvaje. Si la situación se vuelve insostenible, lo será para todos. El problema es que nunca se ha llegado a contemplar el mundo sin El Salvador, tanto porque ni siquiera importa a nivel global, como porque es algo que va más allá de la capacidad del humano promedio: ¿Dónde van a gastar todo ese dinero que solo tiene peso aquí? Porque en otro lado, siempre hay alguien con más. Esa manera de asustar a los jornaleros solo funciona en esta finca, en otra… los jornaleros son otros, ahí el patrón tiene dinero de verdad.

¿No es más clara la imagen ahora?

Queremos adaptar todo a las “leyes” implícitas que han marcado a El Salvador. Sin embargo, no nos damos cuenta de que es como el juego que mencionamos antes: la vejiga y las sillas.

¿Dónde vamos a estar cuando esta explote?

¿Quién va a estar en la última silla?

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