martes, 21 de noviembre de 2017

El Castigo, una de las bases del “pero” a la Justicia Restaurativa



Contribución de Josseline Zamora (00120812@uca.edu.sv)
Resultado de imagen para infancia libre de castigoLa aproximación al tema de justicia restaurativa genera reacciones propias de quien ha recobrado la esperanza y ve un futuro o una solución posible a las problemáticas actuales. Sin embargo, después de estas primeras reacciones aparecen las negativas. Estos primeros momentos se resumen apropiadamente en la frase “suena bonito e interesante pero…” ¿Pero qué? Las respuestas se mueven entre un “tal vez ahorita no se puede”, “es necesario trabajar en otros aspectos antes” o en el peor de los casos, “aquí no se puede hacer justicia restaurativa”.

Posterior a esto surgen los comentarios y las dudas referentes a la forma en que se aplicará tales como ¿qué pasará con estas personas ofensoras? ¿cómo es posible que no reciban castigo? Es aquí donde se observa claramente la raíz de las negativas, el origen del “suena bonito, pero…” o por lo menos una de las raíces, es decir, la constante necesidad de castigo.

¿Dónde aprendimos eso? Si su respuesta es en nuestros hogares y escuelas, han acertado. Es en nuestras socializaciones primarias y secundarias, tan esenciales en nuestro proceso de individualización, donde interiorizamos que si alguien hace algo malo debe recibir un castigo caracterizado por golpes y/o una humillación frente a los demás.

Las visiones de castigo, aceptadas profundamente por muchos, sientan las bases de las murallas que impiden a las personas abrirse a la ideas sobre justicia restaurativa y ponerla en práctica. Esta aceptación del castigo se observa claramente cuando las personas se expresan que la razón por la que se convirtió en un individuo responsable y respetable de la sociedad fue por haber recibido ese tipo de “corrección”, y por tanto lo agradecen. Como alguien me comentaba, el castigo físico en la niñez es tan peculiar ya que es uno de los actos de violencia recibidos que abrazamos, validamos, e incluso agradecemos y añoramos. Es común escuchar quejas sobre cómo ahora padres y maestros no le pueden pegar a los niños y niñas por el riesgo de ser demandados. Estas personas se quejan porque les ha sido quitado el derecho a ejercer violencia, creyendo que “por eso la sociedad está como está”.

Me imagino que alguno tendrá en su mente la duda de si acaso no quiero que las personas enfrenten las consecuencias de sus actos. Con propiedad digo que sí quiero, y la justicia restaurativa también lo busca, pero eso lo quiere lograr sin hacer uso del castigo, que no es lo mismo a eliminar las consecuencias.

Esto mismo aplica en la niñez. El castigo físico y emocional no es una consecuencia natural de la conducta de niños y niñas, sino que es una consecuencia que alguien más decide que deben enfrentar, que en lugar de aportar al aprendizaje y disminución de la conducta, genera un daño a los niños y a la relación con su medio. Daño que no vale la pena, ya que el castigo no es eficaz y no es la herramienta apropiada para la moderación de la conducta.

El daño ocasionado en la relación puede tomar como matiz el de desconfianza hacia la persona que infringió el castigo, resultando en que la persona castigada intente disminuir la visibilización de las conductas no deseadas, y por tanto  intentar realizarlas de manera que no se dé cuenta quien asigna el castigo, impidiendo que el “ofensor” tome responsabilidad y que pueda darse la justicia restaurativa. Además, se obstaculiza el desarrollo de autonomía, y más bien se fomenta la heteronomía, o en otras palabras, no aportan al desarrollo moral, ya que la persona basa sus criterios en la posibilidad o no de ser sorprendido, mas no considerando el bienestar de todas las personas que se desenvuelven en el mismo medio.

Además, puede resultar el daño en una constante sensación de ser juzgado en su actuar y un temor continuo de que sus acciones sean merecedoras de castigo, por tanto la búsqueda de actuar de manera apropiada no tiene como objetivo promover la buena convivencia, sino que se debe en mayor medida a una necesidad de aprobación y de huir a la desaprobación.

Por tanto con este pequeño recorrido de las desventajas del castigo, y su tendencia a generar más daños que beneficios, la conclusión apropiada es deshacernos de este. Infancias libres de castigo, pero llenas de responsabilidad ante las consecuencias de los actos, significará personas con aceptación de prácticas y de justicia restaurativa.

No estoy diciendo que hay que esperar a unos 20 o 30 años para tener la sociedad ideal. Lo que quiero expresar es que en la medida que nosotros reconozcamos que el castigo es dañino y que no es necesario para la construcción de la sociedad en ninguno de sus ámbitos, y en ninguna de las etapas del desarrollo, con facilidad la justicia restaurativa se irá haciendo paso en nuestro presente. Además, si queremos que en el futuro las personas no necesiten una concientización fuerte sobre justicia restaurativa, con mayor razón tenemos que estar dispuestos a dejar de lado estas nociones en nuestra interacciones con niños y niñas. No nos desfragmentemos, no promovamos justicia restaurativa por un lado, cuando en otros contextos nos dejamos llevar por la venganza y el castigo, por la constante descarga de emociones sobre los más vulnerables. Dejemos de ser ofensores y de crear víctimas. Seamos mejor, personas que han interiorizado la justicia restaurativa.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario