Escena de Los Tres García |
Contribución de Carlos Fabrizio Cornejo (fabricorn@gmail.com)
Parte I: Introducción
Mi madre cuenta una historia acerca de una película
antigua del período llamado “cine de oro mexicano”: Los Tres García. Yo no
puedo ver películas viejas. Me da calor.
Sin embargo, la historia es bastante entretenida.
La he escuchado tantas veces que no la recuerdo. Una parte sí ha quedado en mi
memoria. La historia trata a groso modo de tres hermanos los cuales perdieron a
sus padres a temprana edad. La abuela de ellos se hizo cargo y les crio. En
algún momento de la película surge una confrontación entre los hermanos y uno
de ellos golpea al otro en la boca. Enfurecido su hermano, responde al golpe de
la misma manera. Ante tanto escándalo,
el cura de la iglesia intervino reprendiéndoles y cuestionando si habían
escuchado la palabra de Dios en la que dice que si te pegan en una mejilla se
ofrece la otra. A lo cual uno de los implicados le contesta que sí, la había
escuchado, sin embargo, únicamente tenía un “hocico” y era ahí donde su hermano
le había pegado, por lo cual no había otra solución más que responder.
En El Salvador no hay día en que no se escuche
alguna noticia sobre un asesinato. De hecho, la noticia parece ser que “no
haya”. Últimamente también se ha estado dando un mayor auge a muertes con algún
componente ritualista. En la supersticiosa mente del salvadoreño es una clara
señal del final de los tiempos. Lo es, pero tal vez no como lo esperamos.
No está siendo extraño el descuartizamiento de las
víctimas (al parecer nunca lo ha sido). Recuerdo una clase en la universidad en
la que un catedrático nos comentaba acerca de la dificultad de cortar un hueso
humano. Es algo extremadamente duro, además, si añadimos el hecho de que este
sigue dentro del cuerpo de alguien (y en algunas ocasiones este alguien sigue
vivo), la dureza del hecho no sólo se queda en el hueso y la dificultad de
cortarlo.
Esto, entre otras cosas, ha despertado en la
población pensamientos acerca de la naturaleza de las personas responsables de
estos actos. No es extraño el comentario refiriéndose a los perpetradores como
“animales”, “demonios”. Si tan solo fuera tan simple. Un animal se entrena, un
demonio se exorciza, pero ¿Una persona? Eso siempre es más complicado.
Hasta donde alcanza la vista metatemporal, El
Salvador parece siempre haber estado envuelto en conflictos y violencia. Nunca
se ha intentado una solución que realmente sea factible. Las propuestas de “darles
fuego a los penales”, permitir ejecuciones extraoficiales en comunidades “de
riesgo” que son “nidos” de mareros/delincuentes/demonios o evitar toda
referencia al diablo porque por eso es que el país tiene delincuencia, han
pasado por un período de ser simplemente ideas descabelladas a algo que se
comienza a gestar como la opinión popular para solucionarlo. Algo así como Salem,
Massachusetts hace unos (muchos) años.
Sin embargo, contrastado con muchas de esas ideas
hay otras que plantean diversos caminos. Uno de esos caminos es la Justicia
Restaurativa. Pecando de simplista, la justicia restaurativa es restaurar las relaciones entre las
personas que se vieron involucradas en algún hecho. Se entiende, desde esta
perspectiva, que tanto los que cometieron el hecho como los que fueron
afectados directa o indirectamente por él han debilitado sus vínculos.
Siguiendo una lógica de red, eventualmente un hecho acontecido en determinado
lugar puede extender su influencia hasta dimensiones impensables. Síntesis: al
final todos salimos afectados.
El cometer un hecho delictivo, aleja a la persona
de la sociedad en general. Se le etiqueta de todo lo posible, reforzando en
este un rechazo igual al entorno. Precisamente es ese momento en el que el
campo de acción de la justicia restaurativa se ha vuelto más visible.
¿En qué consistiría este campo de acción?
Nuevamente simplificándolo, consistiría en reparar
la división que se ha creado entre las partes afectadas. Idealmente, llevando
al reconocimiento de la persona causante de su falta y al perdón por parte de
la parte receptora.
Suena bien, ¿no?
Apliquémoslo al ejemplo de la película: Ambos
hermanos se han peleado, sin embargo, si se reconoce el error y deciden
perdonarse y reparar el daño, se
podrá iniciar muy bien el proceso. Claro, son hermanos. Ellos siempre pelean,
pero al final siempre iban a estar ahí para el otro.
¿Qué tal otro ejemplo?
¿Qué tal esta familia a la cual su hijo fue
descuartizado y dejado en maletas por diversas partes de San Salvador? ¿El tipo
que corto a su amigo a machetazos en el baño de la casa? ¿O tal vez esta
familia que mientras cenaba un grupo de personas entró en su casa, pidieron se
les alimentara y violaron a la niña de la familia mientras amenazaban de muerte
al resto si intervenía?
La lógica se ha simplificado desde el ejemplo
anterior. Uno tiene que pedir perdón, el otro perdonar y ambos construir
nuevamente el vínculo. Pero ¿Qué hace que se vuelva cada vez más difícil?
Hay en la cultura popular una atracción hacia el
castigo. Es la forma predilecta de acción.
¿El perro orinó donde no es?: chancla.
¿Funcionarios públicos realizan estratagemas para
desviar dinero para sus usos personales?: publicación en Facebook,
probablemente toda en mayúsculas, para dar a entender que estoy molesto al
respecto.
¿Dónde dibujamos la línea entre quienes merecen
castigo y es aplicable y aquellos que dejamos ir? Aparentemente, como muchas
cosas en la vida, hasta donde la “jerarquía” lo permite. Quién sabe desde dónde
y cuándo viene una presión y humillación que simplemente “se va pasando”.
Es como ese juego con una vejiga y la canción. La
vas pasando y pasando hasta que llega un momento en el que simplemente te
explota. Siguiendo la analogía podríamos pensar ¿de dónde salió la vejiga? ¿Por
qué comenzó este juego? ¿Quién se beneficia de la continuidad de este?
Muchas son las preguntas que nos podrían surgir.
Continuando con la historia del principio: tal vez
es más fácil perdonar cuando tenemos “algo más” que ofrecer. Aunque llega un
punto en el que ya no tenemos nada. Era nuestro único celular el que nos robaron,
eran nuestros zapatos favoritos… era mi única madre.
Desde la justicia restaurativa, como ya se había
enlistado antes, la percepción del acto criminal es va más allá del hecho y
toma en cuenta sus repercusiones. Sin embargo, a estas alturas, la destrucción
de la sociedad salvadoreña luego de acto tras acto es muy severa. La confianza
básica en las personas se ha perdido y siempre es oscuro el pronóstico en
cuanta a la restauración. A pesar de esto, hay esfuerzos que continúan al
respecto. El camino es largo pero ya se ha iniciado.
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